La lluvia azotaba los enormes ventanales… el viento arrasaba con el jardín… las ranas del estanque habían desaparecido y ella salió corriendo para rescatar a las tortugas de la pila…
Cuando estuvo dentro se quitó la ropa empapada… se puso cómoda… y justo en ese momento la tetera silbó… sirvió en una taza el té de mango… el modelo Luis XVI la esperaba junto a la ventana… miró a su alrededor… olió el té… se sentó… hecho un vistazo a la tempestad que tan relajada la hacía sentir… y comenzó a llorar… sorbo a sorbo… lágrima tras lágrima…
Hacía tiempo que no sabía nada de nada… hacía tiempo que hacía de todo… y no resultaba…
Aquella mañana la casa era completamente blanca… elegante y aseada… a excepción del Luis XVI que tenía bordados con hilo de oro… hacía frío, pero ahí no había chimenea… solo la manta de punto que resplandecía en blancura… era suficiente…
Cuando no se pudo continuar con el llanto… (ooh maldita represión involuntaria)… se levantó… dejó la taza en el fregadero y con un gesto despectivo decidió que no la iba a lavar… ella siempre tratando de revolver la perfección…
Todo lo que siempre le gustó fue imperfecto… cosas horribles… cachivaches inservibles… comidas chatarras… los libros mas viejos de páginas amarillas… un día sacrificó una Barbie cortándole lo mejor que tenía, el pelo, luego de eso se comió un sándwich… los hombres de su predilección fueron escoria… su madre jamás la entendió… sus amigos la juzgaron… y ella fue feliz… fue como entropía siempre generando mas caos… hasta que éste la desterró… después de todo, el equilibrio es inalterable… por eso ella permanecía dentro de la casa…
Una casa que su madre habría compartido con mucho gusto pues era su estilo… ¿Por qué si se trataba de perfección, no estaba ahí con ella?… Se ciñó un poco más a la manta y pensó que eran los brazos maternales que tanto consolaban, aun cuando no sabían que debían hacerlo…
Es perversa tanta crueldad… no sabía quien de todos la había condenado… su carcelero seguro era el más bueno de todos… y ella era la egoísta de toda la vida… encarcelada… ¿O resguardada?… de toda calamidad exterior… y mientras por un lado el encierro rebanaba su alma, por otro el recuerdo de la madre la sanaba…
Pues yo quiero un té de mango.
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